Me confieso: jamás fui a ningún “Superclásico con Dante Gebel”. No porque no haya querido, simplemente que cada vez que Dante Gebel ponía fecha, los planetas se alineaban para que sucediera algo que me impidiera ir a esos multitudinarios eventos de los cuales la gente — decían — salía transformada.
Lo de la otra noche, según los gebeólogos, era algo diferente a las multitudinarias concentraciones en los estadios más emblemáticos de Buenos Aires. Esta vez, era otra onda, en la que mostraba su faceta de conferencista más que la de predicador. Pero Dante no puede con su genio y la magistral ponencia “A Corazón Abierto” mostró en toda su dimensión al gran comunicador que siempre ha sabido ser. Con el humor como principal herramienta de su oratoria, Gebel disertó por más de dos horas sin que ninguno de los que estábamos presentes sintiéramos ese típico cansancio mental de cuando empezamos a aburrirnos de sentir la misma voz por varios minutos.
La seguidilla de anécdotas que contaba Gebel, producto de sus décadas de andar en el medio evangélico, consiguió que muchos de los concurrentes de esa fresca noche de agosto ya no quisiéramos llamarnos “evangélicos”, pero también supo conseguir que los mismos amáramos cada vez más el reto de ser llamados “cristianos”. Es que el trasfondo de la cuestión era bien sencillo. Parafraseando a Dante: “Seamos cristianos y hagamos lo que Cristo nos dijo que hiciéramos, que es hacer que las personas lo conozcan”. Tan simple como eso, pero… somos tan complicados los evangélicos que también complicamos ese mandato tan fácil de entender, con reglamentos humanos, con legalismos, con doctrinas humanas disfrazadas de piedad, y podríamos seguir enumerando artilugios evangélicos que hicieron de esta “¿religión?” un camino por el cual nadie quiere ir.
En el intertanto, los llantos producidos por la incontenible risa que producía cada una de sus frases, formaban parte de ese microclima que se vivía en el Teatro Coliseo. Pero Dante jamás se dejó llevar por la emoción para terminar dando una demostración de sus habilidades para el stand up. Si bien se notaba que se divertía con el público, nunca dejó que el hilo conductor de su mensaje se fuera por la tangente. Siempre encarrilaba su monólogo y esa piedrita bailando en su mano derecha era como un ayudamemoria de que ahí estaba el mensaje: “¿En qué momento dejamos de salvar a la gente para empezar a apedrearnos entre nosotros?”, fue, tal vez, la frase más saliente de la noche.
Es que de eso se trataba el mensaje, dejar a un costado tanto legalismo y fariseísmo que terminó haciendo de la iglesia un grupo dividido de gente: los jueces y los condenados. Y como ilustración permanente, una colección de frases que para más de un religioso sería escandalizadora.
Pienso — mientras escribo — si transcribir alguna de esas frases o no, pero temo que sea sacada de contexto, se malinterprete, y pierda el efecto que tuvo en la gente que pudo disfrutar de punta a cabo el contenido y la intención del mensaje.
El reloj marcaba las 22:15 y no nos habíamos dado cuenta del correr de las manecillas. Mientras que, de a poco, se iba desalojando el Coliseo, boyaba la sensación en el ambiente de que algo transformador había sucedido. Corazones, nada menos. Es que aunque somos cristianos — y algunos de cuna — también necesitamos de vez en cuando palabras motivadoras que transformen procederes y formas de pensar, que distan bastante de lo que Jesús enseñó mientras estuvo en la tierra.
(Foto por Natalia Gómez)
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