Recientemente han sido publicados videos e imágenes que han provocado distintas reacciones a nivel mundial, desde sentimientos de coraje a tristeza e indiferencia.
Países como Siria, Egipto, Venezuela, Perú, y ciudades como Estocolmo (Suecia) y Mocoa (Colombia), entre otras, han sido el escenario de la noticia de última hora.
Sinceramente no soy el tipo de persona que publica imágenes o videos morbosos en las redes sociales, pero al leer comentarios y publicaciones me he visto desafiado a escribir este artículo.
La realidad del mundo data de siglos de existencia, como dijo el predicador en Eclesiastés 1:9-10 (TLA):
“Lo que antes sucedió, vuelve a suceder; lo que antes se hizo, vuelve a hacerse. ¡En esta vida no hay nada nuevo! Cuando alguien llega a decir: «¡Aquí tengo algo nuevo!», resulta que eso ya existía antes de que naciéramos.”
En otras palabras los sucesos que hemos visto y escuchado han venido ocurriendo siempre. Desde Caín y Abel hasta el día de hoy. Pero entonces, ¿qué es aquello que me desafía a escribir? La indiferencia.
La indiferencia se personifica en alguien que no siente inclinación ni rechazo hacia otro sujeto, objeto o asunto. En algunos casos una persona indiferente puede ignorar el problema o puede ofenderse aislándose del mismo.
Esto me recuerda a la película La La Land donde un músico llamado Sebastián y una actriz llamada Mía — con deseos de éxito — se enamoran en Los Angeles.
Esta película es un homenaje a los clásicos de Hollywood donde el amor resulta difícil porque las ambiciones de ambos chocan. Es aquí donde la película, luego de llevarnos a soñar en La La Land, nos deja caer de las estrellas dándonos un golpe contundente de un amor que nunca pudo ser.
Te soy honesto, al final de la película era evidente la cara de frustración de mi esposa, hijos y aun de mí mismo. ¿Por qué? Sencillo: nos gustan los finales felices tipo “y vivieron felices para siempre”.
Pero cuando vemos la otra realidad nos causa tristeza, nos ofende y en algunos casos terminamos siendo indiferentes a la realidad de la vida, a tal nivel que estamos dispuestos a crear nuestro propio final.
¿Y qué tiene que ver La La Land con la realidad del mundo actual? Pues que así vive mucha gente en su mundo de fantasía, ignorando el dolor de los menos afortunados.
Cada vez que leo que tal imagen, video o noticia “ofende”, que hablemos de otras cosas, que no hay que dar promoción a lo negativo, me parece que ciertas personas viven en el mundo de La La Land.
Y quiero hacer la aclaración de que no estoy diciendo aquello que es morboso haya que promocionarlo; pero no es menos cierto que no podemos ignorar el dolor ajeno.
La Palabra dice en Salmos 82:3 (TLA): “¡Defiendan a los huérfanos y a los indefensos! ¡Háganles justicia a los pobres y a los necesitados!”
Dios es defensor de los huérfanos, afligidos y menesterosos y nos invita a ser parte de su misión. Asumir una actitud distante a esta realidad es divorciarnos de la razón por la cual Jesús vino a morir por la humanidad.
En Santiago 1:27 encontramos esa misión: “Creer en Dios el Padre es agradarlo y hacer el bien, ayudar a las viudas y a los huérfanos cuando sufren, y no dejarse vencer por la maldad del mundo”.
Cada vez que decimos que cierta noticia nos ofende estamos pensando en nosotros. Imagínate si tú y yo estuviésemos presentes durante la crucifixión de Jesús… ¿Nos hubiésemos sentido ofendidos?
Sé que es fuerte esta declaración pero a veces pienso que la Iglesia con sus claras excepciones vive en un La La Land espiritual (y por favor no te ofrendas querido lector; no es nada personal). Pero la Iglesia es llamada a ser la voz y las manos de Jesús en esta tierra.
Actualmente la crisis de refugiados de Irak y Siria (por dar un ejemplo) ha sido el peor desastre humanitario de nuestra generación (fuente: Global Comission Partners, 2017).
También están la persecución contra cristianos por guardar su fe, los desastres naturales que dejan a miles de personas sin hogares y así sucesivamente.
¿Y cuál es la reacción de algunos? “Esa imagen me ofende”. La palabra ofendido representa a alguien que se siente insultado, descalificado, ultrajado, menospreciado, entre otros.
¿De veras que es eso lo que sentimos nosotros, porque no nos gusta ver la imagen del dolor? ¿No deberían sentirse así, con toda la lista antes definida, los que sufren en el mundo?
Creo que nosotros en occidente deberíamos reevaluar esa definición. Ahora deberíamos preguntarnos: ¿cómo se sentiría Jesús? Imagínate a Jesús caminando por las calles con sus discípulos, ignorando la razón misma por la cual vino a esta tierra, porque le ofende lo que ve.
Amigo(a), no es mi intención ofenderte con este artículo sino, al igual que yo, evaluar nuestra vida a la luz de la Palabra de Dios y nuestra misión como Iglesia.
Ahora quiero desafiarte a que cambiemos la palabra ofensa ante una imagen de dolor y nos sintamos ofendidos por la pobreza, la muerte de inocentes, la injusticia, o la persecución, entre otras.
Es tiempo de amar como Jesús amó, porque lo que hagamos por ellos lo hacemos por Él.
Y el Rey dirá: “Les digo la verdad, cuando hicieron alguna de estas cosas al más insignificante de estos, mis hermanos, ¡me lo hicieron a mí!” Mateo 25:40 (NTV)
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