A inicios del 2000 asistí a un Retiro Internacional de Adoración en Costa Rica. Lo organizaba Danilo Montero y el ministerio Sígueme. Este fue uno de los pocos eventos que sobrevivió al auge de congresos de alabanza y adoración que se dio durante toda la década de los ’90s. Hasta donde recuerdo, el último retiro que Danilo organizó fue en 2004.
Durante la actividad yo trataba de aprovechar mi estancia en Costa Rica y no solo aprender de todo cuanto nos enseñaban durante el retiro, sino que buscaba iglesias que visitar y conocer el modelo de trabajo de sus ministerios musicales. Uno de los que conocí fue el del equipo de alabanza de la iglesia Oasis de Esperanza. A través de contactos conocí a Rodrigo Montero, pastor del área musical.
Para quienes no lo saben, Rodrigo es fundador junto con Danilo del ministerio Sígueme. Como notarás, el apellido Montero es un tanto común en Costa Rica. Rodrigo se casó con Giselle Montero, hermana de Danilo. Por lo tanto, conocer a Rodrigo y conversar con él era empaparme de primera mano sobre cómo se administraba un equipo de alabanza.
El asunto es que durante ese Retiro conocí a un grupo de venezolanos que recién unas semanas atrás había organizado un concierto con Danilo. ¿Cómo les fue? ¡Mal! Ellos me contaron que llegaron muy pocas personas y no lograron sacar los costos de la actividad, al punto que tuvieron que hablar con Danilo y la banda para decirles que tendrían que sacarlos del hotel donde estaban hospedados y ubicarlos en casas de hermanos que los alojarían esa noche. “¿Cómo reaccionó Danilo?” Pregunté. “La verdad, muy bien. Comprendió la situación, nos dijo que no nos preocupáramos, sacó su tarjeta de crédito y pagó el hotel para la banda. De paso, nos disculpó la ofrenda que habíamos acordado”.
Cuando terminó el Retiro me quedé dos días más en Costa Rica y fui a visitar a Rodrigo. A medida que le hacía preguntas sobre el ministerio musical, aproveché para cuestionarle por qué Danilo y Sígueme cobraban por ir a tocar a un lugar. Mi pregunta era legítima, basada en lo que conocía de ellos y de que, según yo, tenían una tarifa mínima para ir a ministrar a un país.
“Nosotros no cobramos…” Me interrumpió Rodrigo. “Sugerimos una ofrenda y basado en un acuerdo mutuo es que acordamos cuánto recibiremos en concepto de honorarios”. Esa vez me explicó que cuando les llamaban para invitarles a algún lugar siempre les preguntan cuánto piden de ofrenda para viajar. Por lo que basados en esa pregunta ellos proceden a explicarles cuánto acostumbran recibir y negocian cuánto podría ser la ofrenda. A medida que conversábamos me explicó que a veces, ya en el lugar del evento, la gente no cumplía con lo prometido, pero aun así ellos disfrutaban haber podido servirles.
En ese momento me acordé de lo que los venezolanos me compartieron y le relaté la experiencia a Rodrigo. Me dijo: “Vaya, imagínate. Yo no sabía eso. Es más, el lunes pasado le pregunté a Danilo cómo les había ido en Venezuela y me contó que la gloria de Dios había estado en el lugar. Jamás me comentó nada de eso ni se quejó de que les habían fallado con la ofrenda”.
¿Qué te quiero decir con esta experiencia? Que muchos ministerios musicales efectivamente han permanecido rectos en su actuar con respecto al dinero. Que aunque la ofrenda es hecha bajo acuerdo mutuo, si por alguna razón no se cumple, ellos no emprenderán acciones legales o lo denunciarán públicamente por haber incumplido su parte. ¿Hay ministerios que si no les pagas podrían demandarte? Por supuesto; pero la mayoría no.
Por ejemplo, en 2010 hubo un concierto con Coalo Zamorano en El Salvador. Se alquiló un lugar para más de 5 mil personas. ¿Cuántas personas llegaron? Menos de mil. El evento fue un rotundo fracaso financieramente hablando. Algunos de quienes asistieron me contaron que fue de tremenda bendición para ellos, pero por lo que me enteré no lograron salir con las finanzas. De paso, una fuente me contó que Coalo flexibilizó sus honorarios como forma de ayudar a los organizadores.
Es más, recientemente en 2012 hubo otro evento en ese mismo recinto. Paul Wilbur y su banda se presentaron en concierto. Aunque la afluencia de personas fue aceptable eso no se vio reflejado en las finanzas. Según me dijo alguien que estuvo al tanto del evento, Paul Wilbur también fue flexible con la ofrenda que habían acordado y perdonó parte del monto.
¿Lo ves? Hay ministerios que no se mueven por motivos económicos, que aunque acuerdan una ofrenda por sus servicios hacen consideraciones especiales cuando las cosas no resultan bien. ¿Actúan así todos? No. He oído historias preocupantes con respecto a este tema. Desde cantantes que no viajan si no se les paga todo por anticipado (me refiero a la ofrenda acordada) hasta quienes ya en el país se niegan a subir a los escenarios por no habérseles dado la ofrenda total.
¿Cobrar o Condicionar? ¡Ese es El Dilema!
En mi opinión la pregunta de si es correcto cobrar o no cobrar podría plantearse mejor. Sería mejor preguntarnos: ¿Es correcto condicionar el ministerio a una ofrenda mínima o no?
Ojo, a partir de este momento cuando hable de cobrar o no cobrar, me estaré refiriendo estrictamente a eventos gratuitos. No los que son cobrados. Esa es harina de otro costal de la que más adelante hablaré. ¿Ok? Por favor, para no confundirse en el tema, ten en mente esto: Estoy hablando de invitaciones a eventos gratuitos.
En este sentido, creo que el meollo del asunto de exigir o no una ofrenda como honorario más bien debería llevarnos a preguntar: ¿Es correcto condicionar nuestros servicios a un pago o no? Si nos pagan, cantamos; sin o nos pagan, no cantamos. ¿Está bien eso?
En mi opinión… No.
Uno de los críticos acérrimos de que los ministerios cobren ha sido Chuy Olivares, pastor de la iglesia Casa de Oración en Guadalajara, México. Chuy es un pastor muy respetado y que junto a Marcos Witt y Jorge Lozano fueron de los primeros impulsores del movimiento de alabanza y adoración que inició en México a mediados de los ’80s y que arrasó Latinoamérica durante los ’90s.
Casi inmediatamente se sumaron a ellos nombres como Miguel Casina, Juan Carlos Alvarado, Danilo Montero y otros más. Pero hasta donde he revisado, Chuy, Marcos y Jorge Lozano fueron los primeros en impulsarlo. Es más, Chuy es compositor de canciones como “Río de Alabanza” (mejor conocida como “Hay Una Fuente en Mi”), “Abba Padre” y “Cristo Reina”, canciones que por años las iglesias han cantado.
A finales de los ‘90s Chuy se separó — según cuenta él — del movimiento de alabanza y adoración debido a convicciones personales. Cuando escuchas algunos de sus sermones, Chuy acusa de “simonía” (pagar con dinero por dones espirituales) a muchos ministerios, tanto pastorales como musicales. En “Mercaderes del Templo”, uno de sus sermones más conocidos y duros con respecto al tema, afirma que algunos predicadores y cantantes han prostituido el ministerio por causa del amor al dinero.
¿Tiene razón Chuy Olivares con sus señalamientos? Hasta cierto punto… Sí. Lamentablemente algunas personas están en todo este rollo de predicar y cantar por codicia y ganancia personal. No los motivan las almas ni el deseo de extender el reino de Dios; sino lucrarse, ser vistos y hacerse famosos.
Mi pregunta para quienes ponen una cuota mínima como requisito para ir a ministrar a un sitio es: ¿Estarían dispuestos a ir a un lugar a pesar de que no les den nada? ¿Irían si alguien les dijera: “Hermano, quisiéramos que usted nos acompañara, ¿vendría a pesar de que no tengamos mucho que darle?”
Si su respuesta es “Sí”, entonces ellos no ponen condiciones a su servicio a Dios; pero si titubean en responder o simplemente dicen “No”, me late que están condicionando su ministerio y el llamado que Dios les hizo a servir .
En una entrada futura abordaré el tema de cómo el oficio de la música debe ser remunerado así como las demás profesiones independientemente de que se desarrolle dentro del marco de la iglesia; sin embargo, como adelanto te puedo mencionar que aun en las profesiones usualmente remuneradas, las personas hacen concesiones para brindar sus servicios y hacerlos accesibles a todos.
El problema de cobrar o no cobrar surge por cantantes intransigentes que exigen un pago inamovible como condicionante a sus servicios. Claro, cada quien decide qué filosofía de ministerio implementar, pero aun así, como hijos de Dios no deberíamos negar nuestros dones espirituales a la iglesia excusándonos en el dinero.
Por ejemplo, hace un par de años me solicitaron mediar la traída de un cantante más o menos famoso. Le llamé por teléfono, le expliqué que el evento sería gratuito y que asistirían más de 5 mil personas. Después de hacerme un par de preguntas, me dijo: “Mirá, si no me dan 2.500 dólares yo no voy”.
Oye, él no me dijo: “¿Sabes si tienen destinada una ofrenda por mis participaciones?” O “¿sabes cuánto están dispuestos a ofrendarme si acepto?” No, él me dijo que si no le daban esa cantidad, no vendría. Punto.
¿Está bien proceder de ese modo? En mi opinión… No.
Te soy sincero, el problema no es tanto la cantidad de dinero que pidió, sino la actitud de negarse a servir al pueblo de Dios si no le dan dicho monto. Por cantantes que exigen cuotas mínimas para viajar es que muchos tenemos nuestras dudas de que esta práctica sea correcta. En mi opinión hay mejores formas de conversar sobre los honorarios del cantante o predicador cuando se le invita. El punto no es exigir, sino llegar a un acuerdo aceptable para ambas partes.
De eso hablaré en las siguientes entradas.
Continuará…