Abundan las historias acerca de las niñas pequeñas que sueñan con ser mamás, ¿pero cuántas veces hemos escuchado esto acerca de los niños que quieran ser papás?
Desde muy joven yo quería ser padre. Pero el destino estaba ya marcado y mi sueño no se hizo realidad sino hasta la edad de 30 años, cuando me convertí en el orgulloso papá de Daniel Abraham Krusen, mi primogénito.
En todos los aspectos Daniel era “la niña de mis ojos”. Su nacimiento coincidió con mi aniversario de haber conocido a Dios algunos años atrás, y yo era celoso en mi deseo de criarlo en la “disciplina y amonestación del Señor” (Efesios 6:4).
Es gracioso ahora, pero yo estaba convencido de que Daniel iba a convertirse en un jugador profesional de béisbol… cuidaba su dieta, y le daba de comer los alimentos que le harían grande y fuerte. Todos los días al llegar a casa del trabajo, caminábamos el vecindario y lo mostraba con orgullo, (cabalgaba como un sultán sobre mis hombros).
Mi intención era enseñarle la Biblia y a la edad de 2 años memorizó su primer versículo del libro de Proverbios: “Confía en el Señor con todo tu corazón; no dependas de tu propio entendimiento. Busca su voluntad en todo lo que hagas, y él te mostrará cuál camino tomar” (Proverbios 3:5-6, NTV). Y después aprendió Juan 14:6: “Jesús le contestó: — Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie puede ir al Padre si no es por medio de mí” (NTV).
Asimismo, le enseñé disciplina, ¿no es eso lo que se supone que un padre debe hacer? En esa época trabajaba como ayudante de electricista y mientras remodelábamos unas grandes oficinas, encontré un pedazo de madera fina que alguien había dejado, del tamaño y forma de un palillo de tambor. Esto se convirtió en la “vara de la corrección” que, según Proverbios 22:15 (RVR1960) , debía usar (cuidadosamente) para ayudar a Daniel a tomar buenas decisiones en la vida.
Después de unas semanas, la vara de corrección comenzó a funcionar maravillosamente bien en casa. Sólo necesitaba mencionar que la sacaría de la estantería para hacer que Daniel se detuviera y obedeciera.
Lo más importante de todo fue asegurarme que Daniel supiera lo mucho que lo amaba. Eso fue fácil, ¡porque realmente lo amaba con todo mi corazón! Recuerdo cómo él extendía sus manos lo más lejos que podía y me preguntaba: “¿Así de grande me amas, papá?” Yo sonreía y movía mi cabeza como diciendo no. Luego extendía mis brazos aún más y le respondía “Te amo más que esto. Te amo tan lejos como está el oriente del occidente”.
Naturalmente, esto invitó a comparaciones. ¿Lo amaba más que sus hermanas o su hermano? No. Los amo también. ¿Lo amaba más que a su madre? Realmente no. De hecho, amo a tu madre más que a cualquier ser humano, incluso a mí mismo. Luego procedí a explicarle que tal era el designio de Dios, esto es, que el marido debía poner a su esposa en primer lugar.
— ¿Y Dios?, preguntó. ¿Me amas más que a Dios?
— Bueno, no Daniel, no te puedo amar más que a Dios.
Esto fue difícil de aceptar para Daniel. Pero era la verdad y sabía que era la respuesta correcta. “Déjame contarte una historia, creo que podría ayudarte a entender. Había una vez un hombre llamado Abraham que tuvo un hijo cuando era muy adulto y le puso por nombre Isaac y lo amaba mucho”.
— ¿Tanto como tú me amas a mí? Preguntó Daniel.
— Quizás lo amó más que yo a ti, no sé. Pero un día Dios le puso una prueba a Abraham.
— ¿Qué tipo de prueba?
— Dios quiso ver lo que había en el corazón de Abraham. Así que le dijo que llevara a su hijo Isaac a una montaña y lo ofreciera allí como un sacrificio… tenía que matarlo.
— ¿Y él lo hizo?
— No hijo. El ángel del SEÑOR intervino y dijo a Abraham: “¡No le hagas daño al niño! Ahora, sé que eres un hombre temeroso de Dios al ver que no te negaste a darme el hijo que tanto amas”.
— Papá…
— ¿Sí?
— ¿Tú me sacrificarías?
Instintivamente, agarré a mi hijo de siete años y lo abracé.
— Nunca te haría daño, Daniel. Pero si me pusieran a prueba… espero que nunca tenga que desobedecer a Dios.
En este día del padre le hablo a mis hermanos en la fe. Sean buenos hombres. Amen a sus esposas e hijos con todo su corazón. Pero nunca dejen que nadie tome el lugar del supremo amor que pertenece solo a Dios, nuestro Padre celestial.
“Ya que me has obedecido y no me has negado ni siquiera a tu hijo, tu único hijo, juro por mi nombre que ciertamente te bendeciré. Multiplicaré tu descendencia hasta que sea incontable, como las estrellas del cielo y la arena a la orilla del mar… Mediante tu descendencia, todas las naciones de la tierra serán bendecidas. Todo eso porque me has obedecido”. (Génesis 22:16-18)
Copyright © 2017 by Cristóbal B. Krusen. Todos los Derechos Reservados. Publicado originalmente por CanZion Home Media. Usado con permiso. Cristóbal Krusen es autor y director de cine, fundador de Messenger Films.
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