En los últimos 6 meses mi familia extendida ha experimentado la muerte de dos seres queridos. El proceso ha sido muy similar en cada caso. Primero, se hace imposible aceptar las noticias. Literalmente, uno no lo puede creer ni lo quiere aceptar. Es como si en esos momentos iniciales estuviésemos negociando con la realidad, porque la realidad nos dice que la vida se acaba y que su final es absoluto. No hay paso atrás.
Segundo, empezamos a lidiar con las limitaciones de nuestro tiempo y espacio: No pudimos estar allí; la última vez que los vimos fue un tiempo tan corto; no hablamos o compartimos lo suficiente; estaba planificando otra visita; debería haber estado con ellos o cerca de ellos más frecuentemente, etc., etc.
Tercero, pasamos por una gama de emociones: dolor, tristeza, congoja, melancolía, angustia, culpa, y otras tantas más. Las sentimos en cualquier orden y con variaciones de intensidad de acuerdo al tiempo transcurrido desde la noticia.
Cuarto, empezamos a pensar en el significado de su vida. ¿Qué significaron ellos para nosotros como familia y para los demás? Empezamos a considerar su legado y cómo dejaron al mundo después que lo encontraron en tales o cuales circunstancias. ¿Cómo vivieron su vida?
De allí brincamos a nuestras propias vidas, a analizar lo que ellos significaron para nosotros y cómo podemos continuar ese legado. Pero también empezamos a pensar en el significado de nuestras propias vidas, porque la muerte nos confronta con realidades eternas.
Después de haber estado en ambos funerales, me puse a analizar qué lecciones de vida nos enseña este rito de pasaje universal por el que tú y yo pasaremos algún día. Estas son algunas notas de lo que he aprendido hasta ahora:
- Hay que vivir una vida llena de acción. En cada funeral, la gente habla de lo que la persona hizo y lo que era importante en su vida. Todas esas acciones tienen consecuencias. Y es que mis actividades y mis hechos son semillas que dan fruto. Por lo tanto, no se trata solamente de estar activo, sino de saber en qué actividades enfocarme ¿Qué énfasis he puesto hasta ahora en distintas áreas de mi vida? ¿Qué debería hacer que hasta ahora no he hecho?
- Tengo que dar lo mejor de mí. Si no lo hago ahora, ¿cuándo? Si no lo hago aquí, ¿dónde? No hay nada que esperar para ofrecer la mejor expresión de mis talentos, o lo mejor de mí a mis seres queridos, en mi profesión, con mis amistades. No tengo que esperar por nada. Debo hacerlo aquí y ahora. Eso quiere decir que tengo que estar presente con mis seres queridos totalmente.
- Intenciones no cuentan, solo acciones. Al final no vale lo que pensé o lo que quise hacer. Solo voy a ser recordado por las personas que amé, las cosas que hice, la forma en que disfruté la vida. Ahora es tiempo de amar, abrazar, estudiar, bailar, viajar, divertirse, reír, besar. Ese viaje que he pensado tomar, ese proyecto que quería empezar, ese libro que prometí escribir, tengo que hacerlo hoy. “Todo lo que te venga a la mano hacer, hazlo con empeño. Porque en el Seol, a donde vas, no hay obras, ni cuentas, ni conocimiento, ni sabiduría.” (Rey Salomón).
- Mis relaciones familiares son más valiosas que mis posesiones. No hay ningún funeral donde las personas quieran tener sus posesiones al lado de sus féretros (al menos, a los que yo he asistido). Al final lo que cuenta es la calidad de las relaciones con los seres queridos, porque esto nos habla de los valores de la persona. Una inversión que tiene resultados con creces es tiempo con mi familia.
- El tiempo es realmente corto y tenemos que aprovecharlo. No sabemos cuánto tiempo nos queda. Por lo tanto, hoy tengo que vivir con propósito. Mañana es muy tarde. He decidido que vivir con propósito significa decir NO a muchas cosas y decir SI a un número limitado de cosas que son congruentes con mis metas para esta etapa de vida y que tienen una conexión con mi legado.
- Tengo que vivir pensando en mi legado. ¿Qué voy a dejarle a la generación que viene? Mi querido primo político, un hombre de letras y de amplia trayectoria académica falleció en un instante, inesperadamente. Todo lo que escribió es lo que nos queda de su legado. Su voz aún resuena en nuestras mentes y lo hará en las generaciones siguientes a través de su prosa poética. Para invertir en mi legado, debo vivir intencionalmente, con prioridades claras y fijas. Tengo que desarrollar un plan de vida que sirva como mapa para mis acciones.
- Mi relación con Dios ahora me prepara para mi relación con él en la eternidad. En aquel gran día cuando tenga que rendir cuentas de todo lo que hice, yo quiero escuchar de él, como lo habrá hecho cada uno de los familiares fallecidos recientemente: Bien hecho, fiel y buen siervo. En lo poco fuiste fiel, sobre mucho te pondré.
¿Cómo estoy viviendo mi vida? ¿Si partiese hoy, cuál sería mi legado?
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